Lunes 28 de abril de 2025, todos lo recordaremos como aquel día que se apagó la luz. Sin embargo, apareció esa luz que no tiene bombillas y no procede de las pantallas, esa luz que nos hizo darnos cuenta de nuestra vulnerabilidad y dependencia a la tecnología, la luz que despertó a la conciencia. Durante unas horas la tecnología se detuvo, los estímulos desaparecieron, la vida dejó de ser automática y empezamos a valorar más hechos que teníamos normalizados: el poder ducharte con agua caliente, cargar el móvil, encender una lámpara con tan solo un botón. Lo que parecía un fallo, al final se convirtió en ese empujón que necesitábamos para detenernos y mirar el las calles desde otros ojos ¿Cómo hemos llegado al punto de necesitar que todo se apague para poder ver con claridad?
Este día de desconexión, me permitió darme cuenta que no ha sido el único evento de sobresalto que hemos vivido a lo largo de estos años. Hemos vivido una pandemia mundial, la Filomena, la Dana, la erupción de un volcán, la muerte de figuras históricas como el papa o Isabel II, un asalto al capitolio... y hace dos días, un apagón en Europa. Todo esto, nos debería de mover por dentro, debería de ser esa luz que necesitamos para darnos cuenta de la realidad, para valorar la vida y reflexionar sobre ella ¿Estamos viviendo la vida que queremos vivir? ¿Estamos construyendo el mundo que necesitamos para vivirla?
Reflexionando con mis compañeros sobre esas dos preguntas, algunos aun no habían salido de esa caverna, algunos aun seguían viendo esas sombras reflejadas en la pared; ellos dijeron que si estaban viviendo esa vida que querían, porque cuando se fue la tecnología, se sintieron vacíos, aburridos, como si sin pantallas no supieran que hacer ¿Qué nos dice de nosotros el hecho de que el aburrimiento nos asuste tanto?¿Es posible que hayamos confundido comodidad con felicidad? Otros en cambio vivieron el apagón como una oportunidad para salir a la calle, conocer a esos vecinos que llevan diez años cruzándose en el portal sin intercambiar ninguna palabra, para compartir una charla sin interrupciones, para escuchar... Pero lo que más me conmovió fue el escuchar que algunos salieron simplemente a ver la estrellas. Un acto tan sencillo, tan gratuito, al alcance de todos... y sin embargo, tan olvidado, porque aunque las estrellas siempre están hay, hacía mucho que no las veíamos con tanta claridad, hacía mucho que no nos deteníamos mirarlas. Vivimos con la mirada hacia abajo atrapados en las pantallas, sin levantar la vista, sin poder asómbranos de la vida...¿Cuántas cosas bonitas nos estamos perdiendo por no mirar hacia arriba?
Esto me pareció una forma de recordar que hay belleza más allá del Wi-Fi, que quizá para vivir de verdad no hace falta tanto, solo detenerse y aburrirse para poder valorar la vida... Así pues el aburrimiento es una forma de resistencia, que nos permite empezar a pensar, solo en es hueco pueden surgir ideas, preguntas, aspiraciones... Solo en ese hueco podremos saber quienes somos. ¿Estamos preparados para enfrentarnos a la realidad?
¿De verdad vamos a esperar al próximo desastre para volver a sentir que estamos vivos?
Este texto es una poderosa y emotiva reflexión sobre nuestra dependencia de la tecnología y cómo los momentos de crisis pueden convertirse en oportunidades para despertar la conciencia. El apagón no solo simboliza la pérdida de energía eléctrica, sino también el apagado de la rutina automática que muchas veces nos impide ver lo esencial. La autora o autor cuestiona con profundidad nuestra forma de vivir, invitándonos a reconectar con lo humano, lo simple, lo real. La comparación con el mito de la caverna de Platón es muy acertada: muchos aún viven atrapados en las sombras que proyectan las pantallas, confundiendo comodidad con felicidad. Este texto nos llama a mirar hacia arriba, a detenernos, a aburrirnos incluso, como un acto de resistencia y de reconexión con la vida. La pregunta final resuena con fuerza: ¿necesitamos una catástrofe para recordar lo que significa estar vivos?
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