A veces me despierto y no sé si he dormido o solo he cerrado los ojos unas horas para poder seguir. Todo el mundo parece ir con prisa: corriendo al instituto, corriendo al trabajo, corriendo al gimnasio, corriendo para llegar… ¿a dónde? Nos cronometramos la vida como si al final alguien fuera a premiarnos. Pero, ¿qué sentido tiene llegar primero si no sabes ni a qué estás jugando?
Nos han vendido la velocidad como virtud. Si respondes rápido, si produces mucho, si no te detienes, entonces eres alguien útil. Pero ¿útil para quién? A veces me siento como una pieza más de una máquina que nunca se apaga. ¿Por qué el descanso es visto como debilidad en vez de como un acto de rebeldía?
Vivimos conectados a todo menos a nosotros mismos.Notificaciones, visualizaciones, me gustas…nos tragamos vidas ajenas en segundos y después nos preguntamos por qué sentimos el estómago vacío. La prisa nos arranca el derecho a sentir, a doler, a pensar con calma. Nos quieren rápidos porque mientras corres no preguntas, y mientras no preguntas, obedeces. ¿Quién decide el ritmo al que debes vivir? ¿Y por qué le hacemos caso?
Hay una violencia en la velocidad que nadie se atreve a nombrar. Es una violencia que no deja moratones, pero rompe por dentro. Nos deja sin tiempo para llorar, para amar, para equivocarnos sin sentir culpa. Si vas lento, molestás. Si te detienes, te quedas fuera. Pero ¿fuera de qué? ¿De un sistema que no te deja ser ?
Así que aquí estoy. No tengo todas las respuestas, pero sí tengo la certeza de que no quiero vivir una vida que se sienta como una cinta de correr sin botón de pausa. Quiero equivocarme despacio. Quiero pensar despacio. Quiero vivir, no sobrevivir al reloj.
¿Y tú? ¿Cuántas partes de ti has dejado atrás solo por llegar antes a ninguna parte?
¿Vivimos o simplemente corremos?
A veces me despierto y no sé si he dormido o solo he cerrado los ojos unas horas para poder seguir. Todo el mundo parece ir con prisa: corriendo al instituto, corriendo al trabajo, corriendo al gimnasio, corriendo para llegar… ¿a dónde? Nos cronometramos la vida como si al final alguien fuera a premiarnos. Pero, ¿qué sentido tiene llegar primero si no sabes ni a qué estás jugando?
¿Qué pasaría si dejáramos de correr y nadie nos esperara al final?
Nos han vendido la velocidad como virtud. Si respondes rápido, si produces mucho, si no te detienes, entonces eres alguien útil. Pero ¿útil para quién? A veces me siento como una pieza más de una máquina que nunca se apaga. Me pregunto si el silencio nos da miedo porque en él podríamos escucharnos. Y eso, tal vez, sería peligroso.
¿Por qué el descanso es visto como debilidad en vez de como un acto de rebeldía?
Vivimos conectados a todo menos a nosotros mismos. Scroll, scroll, scroll. Notificación. Like. Otro scroll. Nos tragamos vidas ajenas en segundos y después nos preguntamos por qué sentimos el estómago vacío. La prisa nos arranca el derecho a sentir, a doler, a pensar con calma. Nos quieren rápidos porque mientras corres no preguntas, y mientras no preguntas, obedeces.
¿Quién decide el ritmo al que debes vivir? ¿Y por qué le haces caso?
Hay una violencia en la velocidad que nadie se atreve a nombrar. Es una violencia que no deja moratones, pero rompe por dentro. Nos deja sin tiempo para llorar, para amar, para equivocarnos sin sentir culpa. Si vas lento, molestás. Si te detenés, te quedás fuera. Pero ¿fuera de qué? ¿De un sistema que no te deja ser tú? Pues mejor afuera.
¿Qué espacio queda para lo auténtico si todo se mide en eficiencia?
Así que aquí estoy. No tengo todas las respuestas, pero sí tengo la certeza de que no quiero vivir una vida que se sienta como una cinta de correr sin botón de pausa. Quiero equivocarme despacio. Quiero pensar despacio. Quiero vivir, no sobrevivir al reloj.
¿Y tú? ¿Cuántas partes de ti has dejado atrás solo por llegar antes a ninguna parte?
Comentarios
Publicar un comentario